Lluís Llach: la “cançó” que no canta
J. Moya – Angeler
La “cançó” anda recibiendo últimamente fuertes bandazos, y a la vista y consideración de todos están las prohibiciones que se han acumulado últimamente sobre buena parte de sus intérpretes: suspensión de nuevas ediciones de las “Sis hores”, falta de permisos para que Ramón Muntaner y otros actúen en algunos casos y, sobre todo, esos cuatro meses de “paro forzoso” que pesan ya sobre Lluís Llach desde que dijo, en el escenario del Palau de la Música, cuando el público le pedía un “bis”: “Soy el primero en extrañarme, pero aquí dentro me han dicho que no puedo cantar ninguna canción más”.
“Ejercer libremente el trabajo”
Lluís Llach está en estos momentos repitiendo la operación que en 1971 puso en marcha: preparar las maletas para actuar en el extranjero, toda vez que aquí le resulta imposible. Entonces se dirigió a París, donde debutó, y ahora va a hacerlo a Sudamérica, con un importante paréntesis de seis recitales en el Théâtre de la Ville en París. Antes de partir, el principal afectado por el “cerrojazo a la cançó” se ha prestado al diálogo sobre el tema.
- ¿Cuál es tu postura, en estos momentos, frente a la prohibición?
- De momento recurriré por la multa que se me impuso de cien mil pesetas. De todas formas, mi reacción es tranquila y serena: creo que el que se me prohíba entra dentro de la normalidad del país. Es algo que comencé a prever en 1967 y que ya en 1968 comenzó con “L’estaca”.
- En otras ocasiones han intentado el diálogo con la Administración y se han solucionado, aunque muy lentamente, los problemas. ¿Ha habido esta vez diálogo o explicaciones por alguno de los lados?
- No, porque pienso que de esta situación yo no soy el responsable y por lo tanto no tengo que dar explicaciones. No creo haber hecho en absoluto nada malo y por lo tanto no he de justificarme o pedir perdón a nadie. Las explicaciones tendrían que darse desde donde se originó la prohibición.
La radicalización
- Siempre he pensado que había una desproporción entre lo que cantas y las medidas que se aplicaban a tu caso. ¿No crees tú también que hay un error de apreciación al prohibirte? En una palabra, ¿que no eres “peligroso”?
- Si yo me considerase “peligroso” procuraría no salir de casa y evitar hacer algo que incidiera en la sociedad. Ahora bien, si soy o no peligroso para mis censores es algo que depende de sus cálculos y apreciaciones.
- Las sucesivas prohibiciones de muchas de tus canciones, sumadas a los “paros forzosos”, ¿han radicalizado cada vez más tus posturas, toda vez que disminuye el porcentaje de canciones de amor en tus nuevas producciones?
- No me radicalizo ni más ni menos por el hecho de prohibirme; las prohibiciones me afectan pero no provocan reacciones especiales. Sigo en mi línea, evolucionando dentro de ella pero sin más radicalizaciones que mantenerme en el enfoque e ideología de los cuales partieron las canciones por las que comenzaron los vetos hace seis años y las que pudiera producir mi evolución humana particular. Quien puede radicalizarse con estos hechos es el público que se exclama y se conciencia cada vez más cuando tiene noticia de una prohibición.
J. Moya – Angeler
La “cançó” anda recibiendo últimamente fuertes bandazos, y a la vista y consideración de todos están las prohibiciones que se han acumulado últimamente sobre buena parte de sus intérpretes: suspensión de nuevas ediciones de las “Sis hores”, falta de permisos para que Ramón Muntaner y otros actúen en algunos casos y, sobre todo, esos cuatro meses de “paro forzoso” que pesan ya sobre Lluís Llach desde que dijo, en el escenario del Palau de la Música, cuando el público le pedía un “bis”: “Soy el primero en extrañarme, pero aquí dentro me han dicho que no puedo cantar ninguna canción más”.
“Ejercer libremente el trabajo”
Lluís Llach está en estos momentos repitiendo la operación que en 1971 puso en marcha: preparar las maletas para actuar en el extranjero, toda vez que aquí le resulta imposible. Entonces se dirigió a París, donde debutó, y ahora va a hacerlo a Sudamérica, con un importante paréntesis de seis recitales en el Théâtre de la Ville en París. Antes de partir, el principal afectado por el “cerrojazo a la cançó” se ha prestado al diálogo sobre el tema.
- ¿Cuál es tu postura, en estos momentos, frente a la prohibición?
- De momento recurriré por la multa que se me impuso de cien mil pesetas. De todas formas, mi reacción es tranquila y serena: creo que el que se me prohíba entra dentro de la normalidad del país. Es algo que comencé a prever en 1967 y que ya en 1968 comenzó con “L’estaca”.
- En otras ocasiones han intentado el diálogo con la Administración y se han solucionado, aunque muy lentamente, los problemas. ¿Ha habido esta vez diálogo o explicaciones por alguno de los lados?
- No, porque pienso que de esta situación yo no soy el responsable y por lo tanto no tengo que dar explicaciones. No creo haber hecho en absoluto nada malo y por lo tanto no he de justificarme o pedir perdón a nadie. Las explicaciones tendrían que darse desde donde se originó la prohibición.
La radicalización
- Siempre he pensado que había una desproporción entre lo que cantas y las medidas que se aplicaban a tu caso. ¿No crees tú también que hay un error de apreciación al prohibirte? En una palabra, ¿que no eres “peligroso”?
- Si yo me considerase “peligroso” procuraría no salir de casa y evitar hacer algo que incidiera en la sociedad. Ahora bien, si soy o no peligroso para mis censores es algo que depende de sus cálculos y apreciaciones.
- Las sucesivas prohibiciones de muchas de tus canciones, sumadas a los “paros forzosos”, ¿han radicalizado cada vez más tus posturas, toda vez que disminuye el porcentaje de canciones de amor en tus nuevas producciones?
- No me radicalizo ni más ni menos por el hecho de prohibirme; las prohibiciones me afectan pero no provocan reacciones especiales. Sigo en mi línea, evolucionando dentro de ella pero sin más radicalizaciones que mantenerme en el enfoque e ideología de los cuales partieron las canciones por las que comenzaron los vetos hace seis años y las que pudiera producir mi evolución humana particular. Quien puede radicalizarse con estos hechos es el público que se exclama y se conciencia cada vez más cuando tiene noticia de una prohibición.
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